Amar demasiado: cuando el amor es un problema.

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Cuando estar enamorado significa sufrir, estamos amando demasiado.

 

Cuando la mayoría de nuestras conversaciones con amigos íntimos son acerca de él/ella, de sus problemas, de sus ideas, sus sentimientos, y cuando casi todas nuestras frases comienzan con «él/ella», estamos amando demasiado.

 

Cuando disculpamos su mal humor, su mal carácter, su indiferencia o sus desaires como problemas debidos a una niñez infeliz y tratamos de convertirnos en su psicoterapeuta, estamos amando demasiado.

 
Cuando leemos un libro de autoayuda y subrayamos todos los pasajes que podrían ayudarle, estamos amando demasiado.

 
Cuando no nos gustan muchas de sus conductas, valores y características básicas, pero las soportamos con la idea de que, si tan sólo fuéramos lo suficientemente atractivas/os y cariñosas/os, él/ella querría cambiar por nosotras/os, estamos amando demasiado.
Cuando nuestra relación perjudica nuestro bienestar emocional, e incluso, quizá, nuestra salud e integridad física, sin duda estamos amando demasiado.

Robin Norwood

Increíblemente, y a pesar de todo el sufrimiento y el dolor que implica el amar demasiado, parece una experiencia tan común para tantas personas, en especial para las mujeres, que se tiene casi por sentado que es así como deben ser las relaciones de pareja. Se podría decir que la mayoría de nosotros, y resalto nuevamente, en especial las mujeres, hemos amado demasiado por lo menos una vez en la vida (y digo en especial mujeres porque por simples características evolutivas y biológicas, encauzadas casi todas al cuidado, preservación de la pareja, la familia, podemos tener esta desventaja). Algunas personas han llegado a tal punto de obsesión con una pareja, que apenas pueden funcionar como seres humanos en ese momento.

 
Amar demasiado podría catalogarse como un síndrome de ideas, sentimientos y conductas que llevan a la persona que lo padece a abandonarse en quien es su pareja, una persona que usualmente se caracteriza por ser poco accesible emocionalmente, controladora, usuaria habitual del chantaje y la manipulación, generando zozobra, ansiedad e incertidumbre, aspectos exageradamente negativos y desgastantes que se convierten en el día a día, llegando incluso a normalizarse, en la vida de la persona que ama demasiado. Todo esto suena aterrador, y es a su vez muy cierto, y sus orígenes, la razón porque algunas personas aman demasiado, se remonta a los primeros años de infancia, y si no es el caso, su razón se encuentra en la vida que tienen o tuvieron quienes han sido sus parejas, el fenómeno suele ser el mismo: hogares amalgamados, o por el contrario desestructurados, donde priman la incertidumbre, la tensión, el maltrato, la ausencia física y emocional de alguno de los dos padres o ambos, y un fenómeno que me gusta catalogar como omertá (término de origen italiano utilizado ampliamente entre las mafias haciendo alusión a aquella información de la que todos saben pero nadie dice nada): se callan los problemas, las preguntas, los temores, los secretos familiares, por miedo a la reacción de un padre o una madre violentos, o porque simplemente se ha perdido la esperanza de que esa situación particular pueda cambiar. Por supuesto hogares en los que el alcohol y sus consecuencias son protagonistas, o cualquier otra sustancia psicoactiva, también suponen un riesgo para ser una persona que ama demasiado, pues se está acostumbrado a la espera, a procurar que no pase nada malo, a no dormir hasta que el ser querido regrese y tratando todo con suavidad para no «alterar su humor» mientras pasa la resaca. Pasaría igual con aquel padre o madre que vive «muy ocupado» con su vida laboral o social, a quien no se le puede interrumpir, cuestionar, pedir ayuda, por no perturbar su aparente tranquilidad y no quitarle el tiempo del que tanto dice carecer. Todas estas prevenciones, miedos, coacciones, configuran el mal de amar demasiado.

 
Esta manera de amar no está bien, sin duda, y tampoco lo están la autoestima y el autoconcepto de las personas que así lo hacen. Y para poder modificarlo, lo principal es poderlo ver, evidenciar, para así avanzar y amar bien, amar de una manera sana y tranquila. Una forma de entenderlo, un poco fuerte para mi gusto, pero por otro lado oportuna y clara, es como si se tratara de una adicción: amar demasiado a alguien supone riesgos, superar los propios límites, exponer la tranquilidad y, al igual que con una droga, se sabe que amar a esa persona hace mucho daño, pero pareciera impensable dejar de hacerlo por temor a la «abstinencia» que ello generaría: es casi como no ver posible una vida sin esa persona/droga, no concebir el hecho de ser ignorados, no necesitados, a no inspirar cariño, a ser destruidos, a ser olvidados; aún a sabiendas de todo lo malo que implica, pues al ser una persona que ama demasiado, se tiene la fantasía de ser salvador/a, ser indispensable para el bienestar de esa persona y con la seguridad de que es con nosotras/os con quien mejor va a estar, y no por egocentrismo, todo lo contrario: porque hemos estado acostumbrados a ayudar, a servir, a estar disponibles para los demás, haciendo de esta abnegación el motor principal de la vida de pareja y el gancho perfecto para quienes lastiman a quienes aman demasiado. Esta comparación con la adicción no es casualidad: la persona que ama de esta manera es adicta a los hombres/mujeres y al dolor emocional, es probable que esté predispuesta emocional y bioquímicamente a generar adicción a alguna sustancia psicoactiva, ciertas comidas (en especial los dulces) o ciertos comportamientos y, ante la propensión esperable a episodios depresivos, quien ama demasiado busca la excitación emocional que implican el peligro y la zozobra de amar a quien supone sólo pérdidas y proporciona inestabilidad. Es probable que no le atraigan las personas amables, estables, confiables, que se interesen por su bienestar, pues le pueden parecer aburridas al no encontrar razones para preocuparse o sentirse indispensable.

 

Por fortuna el mal de amar demasiado puede modificarse, por supuesto una vez se advierta su existencia y se desee cambiar. Toma tiempo, desde luego, pero una vez el amor propio es superior, no hay nada que pueda detenerle ni permitirle ser una persona que ama de una manera sana. Si no se sabe amar al propio cuerpo, la propia salud, la propia integridad, no es posible amar tranquilamente a otra persona. Es difícil aceptar los orígenes de este proceder, pretender cambiarlos, borrarlos, pero si de algo sirve todo ese dolor, es precisamente para no permitirse, en la medida de lo posible, volverlo a experimentar, ya que si bien ni nuestro pasado ni muchos aspectos dolorosos de nuestros primeros años nos definen, sí lo hacen nuestras conductas y nuestra determinación: no es cuestión de suerte, es cuestión de decisiones.

 
La próxima vez que se atreva a aseverar con frustración e ira, generalizando de manera errónea, que todos los hombres o todas las mujeres son iguales, deténgase a pensar en lo siguiente: nadie alcanza a conocer a todos los hombres ni a todas las mujeres para declararlo una sentencia y, lo que sí puede ser igual, lo mismo una y otra vez, es la manera en que elige a su pareja: si una nueva persona le recuerda el dolor vivido con otra, y pretenda usted ayudarle y creer que «esta vez sí va a ser», aléjese, va a repetir la historia que ya conoce tan bien. Atrévase a amar a alguien tan sano como usted desea estar. De amar demasiado se sale amándose a uno mismo.

4 comentarios sobre “Amar demasiado: cuando el amor es un problema.

  1. Qué oportuno el artículo de hoy. He conocido casos muy tristes de personas que aman demasiado y a veces me frustra no poder ayudarles, pues es como una especie de ceguera y en mi caso, no sirvo para insistir ni dar consejos que no me han pedido. Yo trabajo a diario en mi amor propio y preocuparme sanamente por quienes me rodean me hace sentir bien. 🍀

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