Merecimiento, divino tesoro.

sandro-ayalo-776699-unsplash.jpg

Corría febrero de 2016 y faltaba muy poco para terminar mi posgrado en Psiquiatría y sentía mucha ansiedad, pues me aterraba la idea de salir de mi rol de estudiante otra vez. A la vez era emocionante, pues iba a comenzar a construir un nuevo camino como especialista, sentía alegría de darme cuenta de todo lo que había alcanzado hasta el momento, nostalgia por buenos recuerdos con compañeros de estudio, profesores, orgullo por mis metas y sobre todo mucha gratitud, mucha. 

A pesar de todo eso tan bonito y emocionante que vivía, una parte de mí no estaba conforme, algo en mi alma no estaba a gusto, tampoco mi cuerpo, tenía un gran peso bien adentro en el sentir y por primera vez, me daba cuenta de que me debía algo, y algo muy importante, y muy grande. Mi mente estaba convulsionada por un sinnúmero de pensamientos, temores, ideas, impulsos, y de todos los tipos, tanto buenos como malos, y a pesar de que siempre tenían más fuerza los aspectos bonitos de mi vida, ese no sé qué que me eclipsaba me estaba haciendo mucho daño. 

Por esos días había planeado con precario entusiasmo un viaje a un pueblo cercano con alguien que ya no está en mi vida, y quien en ese momento contribuía con gran parte del eclipse, pero, yo no lo sabía, no con el nivel de entendimiento que vendría después. Había subido mucho de peso, comía cosas que ni me provocaban pero por el simple hecho de comer y saciar las ganas, lo hacía. No me gustaba mucho la manera en cómo me vestía y me sentía incómoda con mi cabello, que por mucho tiempo me configuró una identidad particular, pues es abundante, crespo y en ese entonces era exageradamente largo. Ya me iba dando cuenta de que muchos aspectos de mi vida se habían convertido en inconformidades, y no lo había visto de una manera tan clara como hasta ese momento. 

Todo (o casi todo) había comenzado un par de años atrás cuando una buena mañana de domingo me percaté de que tenía algo anormal en mi abdomen, me había despertado y por motivos que desconozco (¿intuición?), comencé a palparlo (médico jugando a médico consigo misma) y sentí una masa. Mi hermana me acompañó al hospital y durante todo el proceso: en menos de un mes había pasado de meras especulaciones a estar descansando en el pos operatorio. Había perdido mi ovario izquierdo por un gran tumor que estuvo albergado allí al parecer por mucho tiempo. ¿Cómo no me había dado cuenta de algo así antes? Sentía mucha rabia conmigo misma, pues me achacaba culpas al ser médico y al no haberme percatado de que algo malo sucedía en mi cuerpo. Ese episodio de mi vida fue el primer aviso de que tenía que pensarme, sentirme, cuidarme, sanarme, y comenzó un proceso de reconciliación conmigo misma. Toda esta historia, aunada a lo que comenté antes y a otros sucesos que sobrevinieron sin parar, me llevaron a una decisión muy interesante: comenzar de una vez por todas a entender qué era lo que merecía, y qué no. Empezar fue difícil, pero una vez comencé a tomarlo como un hábito, fue sencillo, y lo hacía y lo sigo haciendo como un acto reflexivo: ¿merezco esto, no lo merezco?, pasando por todos los escenarios posibles: ropa, comida, lugares, circunstancias, dolores, personas. Sobre todo personas. 

Ese cambio dramático comenzó con la decisión de recuperar el peso que alguna vez había tenido, y lo logré en bastante tiempo pero por primera vez en mucho rato, comiendo lo que realmente quería, lo que me provocaba, no por hambre, sino por apetito (increíble cómo por aprender a pensar qué me merezco llevar a la boca y qué no, vinieron más descubrimientos. La relación de la comida con otros aspectos de la vida es abrumadora y espectacular de estudiar y de entender). Por esa misma época estaba en circunstancias similares con una gran amiga del posgrado (si lees estas líneas, recuerda que te quiero :D), y con ella habíamos decidido premiarnos por haber logrado nuestra meta de ser psiquiatras, así que juntas ahorramos y decidimos irnos a Perú: ese viaje era el reemplazo de aquel paseo que nunca se dio y vaya que lo superó, por mucho. Ir a ese país fue tremendo, muy emocionante, conocimos Lima, Cusco, Machu Picchu, Trujillo, lugares hermosos que quedaron en mi alma. Comimos delicioso, probamos el verdadero Pisco, nutrimos nuestro espíritu con paisajes inimaginados y conocimos personas maravillosas. Ese viaje se había convertido en un regalo muy simbólico, y al saberme tan feliz, sólo podía pensar en que quería estar cada vez mejor.

Para ese entonces ya no estaban en mi vida aquella persona dañina ni los kilos de más que me molestaban. A los pocos días me hice un cambio radical en el cabello: por primera vez en quince años mi nuca estaba descubierta. Fue extremadamente placentero. Todo se concatenaba en una serie de eventos afortunados que me hacían sentir muy bien. Y fue hermoso analizar retrospectivamente cómo otras esferas de mi vida comenzaban a evolucionar y a estar mejor: mis relaciones interpersonales y familiares, mi aspecto físico, mi amor propio, mi actitud frente a la vida y mi salud, sobre todo mi salud. 

La imagen puede contener: 3 personas, incluidos Mafe Saavedra y Nancy Medina, personas sonriendo, montaña, exterior y naturaleza

La imagen puede contener: 1 persona, sonriendo, montaña, exterior y naturaleza

Después de esos pasos agigantados que di, pude tomar todo con más calma, había sido como una especie de explosión existencial positiva tras un cuasi cataclismo inevitable, y ver cómo coincidía con personas que estaban pasando por un proceso similar de despertar, y me alejaba de aquellas que no me aportaban mucho, me abrumaba, pero también me daba a entender que lo estaba haciendo bien. Pareciera que el universo poco a poco va configurando lo que nos rodea cuando entendemos lo que necesitamos, y sobre todo lo que merecemos. Como me dice mi hermana constantemente, «el universo ama la claridad». Así que desde ese momento me encargué de mandarle mensajes claros al universo para que con mi voluntad me ayudara a configurar el camino que deseaba y que creía merecer. Luego vendrían personas, oportunidades de crecer profesionalmente (que incluyen haber entendido que no merezco ser empleada, por eso soy emprendedora independiente), y un sueño hecho realidad: ir a Inglaterra a hacer un viaje temático, todo dedicado a The Beatles (viaje que hice con mi hermana, bella compañera de felicidad y aprendizaje). Algo que había ambicionado desde mis quince años ya había sido un hecho. 

La imagen puede contener: 3 personas, incluido Monica Paola Castro David, personas sonriendo, calzado, árbol, cielo y exterior

Fue así como desde esa época decidí para el resto de mi vida tomarme un tiempo para pensar en qué considero que me merezco, y no hablo de lo estrictamente material, pues puedo prescindir de cosas costosas a cambio de otras más asequibles, pero que considere que merezca. Te invito a detenerte siempre a considerar si lo que estás viviendo, lo que estás comiendo, lo que estás usando, con quienes estás pasando tu tiempo, lo que estás soportando, lo que estás escuchando, lo que estás callando, lo que estás buscando, es lo que realmente crees que te mereces. Nadie más puede saberlo, sólo tú. Si algo te duele, te contrae, te hace daño, muévete, la incomodidad nos moviliza. Deja de lado las carencias y piensa siempre desde la abundancia, desde el merecimiento. La vida te dará lo que mereces si tú tienes claro qué es, y no hay nada más bonito que vivir en abundancia, y no me refiero sólo al dinero (que, por qué no, si deseas que sea abundante en tu vida está muy bien), abundancia de amor, de alegría, de bienestar, de salud, gratitud y merecimiento. 

2 comentarios sobre “Merecimiento, divino tesoro.

  1. Excelente artículo. Quisiera finalizar con una reflexión basada en una interpretación personal (paráfrasis) acerca de un texto antiguo que alguna vez revisé: “Muchas veces nos cuestionamos con respecto al porqué de la vida que que vivimos; un porqué trasegado por el rumio incesante de nuestra mente que, de manera bastante quijotesca, busca razones en la culpa, en el transmundo (llámese Castigo Divino, Mal de Ojo, Brujería) o inclusive, en el destino (el famoso, “es la vida que me tocó vivir”). Sin embargo, no existe, detrás de todo esto, sino una única mente capaz de concebir esta realidad, y ésta es precisamente la nuestra. En ese orden de ideas, no existirían cosas que no merezcamos, sino que en esos momentos, eran justo lo contrario: cosas que merecíamos. Tal vez, de manera inconsciente le pedíamos al Universo, eso que en ese momento teníamos (trabajo, estudio, salud, pareja), y, dado que el Universo es infinitamente generoso (y gracias a nuestra desconexión con nuestro ser interior), nos dio precisamente eso no tan exquisito (y en abundancia).
    Ahora bien, si nos preguntamos hoy si ¿acaso éramos felices con eso?, quizás la respuesta sea un No categórico (o por qué no, un rotundo Sí). En todo caso, si ya no estamos en esa realidad (o como se diría en lógica, en ese Universo de Discurso), es porque ya no merecíamos estar en esa realidad. El merecimiento es, entonces también, un proceso continuo de reflexión y de introspección, y como tal, es cambiante y evolutivo. El merecimiento nos obliga a mirarnos en el espejo y vernos tal y como somos. Pero, por sobre todo, es energía divina que nos obliga a conocer lo que queremos, lo que anhelamos y lo que proyectamos. Es allí donde se concibe el cambio; donde surge nuestra conciencia (voz interior) y nos reta a querer estar mejor, sentirnos mejor y vivir mejor. Además, nos enseña a valorar nuestro deambular por la vida (evitando ser nuestros propios jueces y verdugos), pues es gracias a esos momentos de oscuridad (del no merecimiento) que hoy podemos gozar y tener claro lo que merecemos, y ésto nos define ese mínimo no negociable.”

    Le gusta a 1 persona

    1. Preciosa respuesta. Valoro tu amplia paráfrasis y tu interpretación del merecimiento. Concuerdo sobre todo en su propiedad cambiante. El merecimiento es, entonces, también, un proceso. Gracias por leer.

      Me gusta

Deja un comentario