La cultura del rumor. ¿Cuál es su impacto en la salud mental?

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Corría diciembre del año 2000, yo tenía 12 años y todos, o casi todos sabíamos de alguna manera o se nos había dicho, o habíamos escuchado, leído: EL MUNDO SE VA A ACABAR. Había mucho pánico entre las familias, las oficinas, los círculos de amigos, había personas que no dormían, no comían, viviendo la ansiedad que tal dato generaba. Qué fortuna que en aquel entonces no había la tecnología suficiente con la que hoy contamos: de ser así hubiera sido más caótico de lo que pudo haber sido, la gente hubiera estado supremamente «informada» y viciada con tantos datos disponibles. Qué desdicha ( ¿o fortuna?) la ignorancia de ese entonces, pues poco teníamos para comprobar que ese rumor era mentira. Según lo que yo sabía para ese entonces, muy someramente (seguro algún lector tiene mejores datos), durante todo el año 999 los monasterios se llenaron de penitentes y los países cristianos entraron en guerra con países paganos. El último día de ese año, la basílica de San Pedro fue inundada por personas que lloraron hasta que volvió a amanecer. Y no pasó nada. Ese mismo temor se trasladó a la cotidianidad de 1999, creyendo que pasaría lo mismo. No recuerdo cómo fue por nuestros alrededores, pero quizás algo también traumático y ladrón de muchos sueños tranquilos. Interesante el poder de ciertas religiones para generar rumores que hacen tanto daño en quienes los creen como verdad absoluta.
Ya para el año 2012, en diciembre, me encontraba terminando mi servicio social obligatorio como médico general, el cual llevé a cabo en una clínica psiquiátrica en una de las ciudades más hermosas de Colombia, Armenia, en el departamento del Quindío. El 21 de diciembre de ese año fue uno de los días de trabajo más pesados que pude haber tenido (y tuve muchos, pero ese fue especialmente horrible), pues se decía que ese día se iba a acabar el mundo, ¿recuerdan? Estoy segura que sí. Ese día salí muy tarde de la clínica, recibí miles de consultas, casos raros y difíciles, personas que tuvieron ataques de pánico y de ansiedad al pensar que ese día dejarían de existir (hubo un caso gracioso de alguien que quiso ir a la clínica para pasar su último día en la faz de la Tierra allí, yo hubiera buscado un sitio más ameno), personas que hicieron intentos de suicidio, personas que lo consumaron ante el terror de esperar el momento del fin, personas que ya hospitalizadas empeoraron, otros quienes vendieron sus propiedades (¿qué pensaban hacer con el dinero que habían ganado si igual el mundo se iba a acabar?), otros terminaron relaciones sentimentales… La casuística fue infinita, pero menciono lo que más recuerdo. Lo interesante de este fenómeno es que todos tenían su versión, unas más aterradoras que otras, unas bastante irrisorias pero ninguna tan plausible como para vivir con franco pavor la espera del fin del mundo. Y esa noche, otra vez, no pasó nada, yo retomé mi jornada al día siguiente y me sorprendí al ver la cantidad de solicitudes de altas voluntarias de las personas que llegaron a consultar ese 21 de diciembre y que confirmaron por sí mismas que había vuelto a salir el sol. Muchos se quedaron al caer en cuenta de todo lo que habían perdido, vendido, regalado… Nuevamente la ignorancia y la desinformación haciendo estragos. Y eso que para ese entonces las redes sociales apenas comenzaban su imperio, el daño era mucho mayor de lo que fue el rumor del 2000.
Lo que sí se puede validar, y con respetuosa investigación, es que esa fecha marcaba el fin de un ciclo importante en el calendario maya, el Calendario de Cuenta Larga. Este ciclo está compuesto por 13 periodos, llamados Baktun, de 144.000 días cada uno, abarcando además 5.125.366 años solares. La fecha final de este calendario, 13.0.0.0.04 Ajaw 3 K´ank´in, correspondía al 21 de diciembre de 2012. Pero es sólo eso, no hay evidencia en estas inscripciones, o en cualquier otro registro conocido, que los antiguos mayas pensaran que el calendario de Cuenta Larga implicaría algún tipo de «fin» catastrófico. Todo se basó en predicciones bastante erradas y construidas con bases de profundo miedo e ignorancia, claramente no compartidas ni confirmadas por los mayas de hoy en su amplia sapiencia del bagaje cultural que les corresponde.
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Con rumores como los anteriores podemos hacer una larga lista, y sobre todo por su impacto en la salud mental de sus creyentes, así que considero muy importante, y además interesante y aplicable para la cotidianidad hablar del rumor, pero no como chisme, no les voy a contar más historias truculentas, les voy a exponer al rumor como un fenómeno que en sí mismo es estéril, unidimensional, pero que por sus volátiles características puede hacer mucho daño, en unos más que en otros, y siempre será uno de los verdugos más crueles en la salud mental de todo ser humano de esta época, aunado a sus principales aliadas, que si bien son fantásticas para difundir aspectos como empleo, buenas noticias, emprendimientos (que considero es el uso más valioso que se les puede dar), lamentablemente la mayoría de sus usuarios las utilizan como no es, haciéndose un daño infinito a sí mismos: sí, estoy hablando de las redes sociales.
Pero no me voy a detener en las redes sociales, todos sabemos perfectamente cuáles son, pero lo que sí me queda claro es que pocos saben para qué sirven. Estamos en la era de la tecnología, que me parece maravilloso siempre que se le de el uso que se le debe dar, para progresar, para estudiar, para aprender, pero esto también significa que estamos en la era en la que la gente tiene más información que nunca, pero más desinformada está, lo cual es una pena, porque con esto aumentan los motivos de consulta en psiquiatría, psicología, otras especialidades, conflictos entre parejas, amigos, familias, organizaciones, empresas, y en todos los grupos humanos en los que la vulnerabilidad al rumor está a la orden del día. Pero las redes sociales son inocuas en sí mismas, el uso que algunas personas les dan para dañar, es lo que las hace realmente perversas. Y así como las redes sociales hacen tanto daño, otras fuentes de información lo hacen, y en mi opinión mucho peor: las mismas personas.
El rumor es un fenómeno con un gran potencial de desequilibrio social y de salud física y mental, por lo que debe ser objeto de un tratamiento estratégico y riguroso. Cuanto más se sepa sobre él, más sobre cómo se comporta, qué funciones cumple, quién o quiénes son las fuentes que hay detrás, qué intenciones tiene, cómo tratarlo, más sabremos cómo quitarle su poder.
Los rumores no son inocentes, pero podemos aprender mucho de ellos. Siempre debemos ejercer la tarea consciente de desactivarlos. Cuando algo genera injusticia, prejuicio, incluso violencia, nuestro deber es proceder a detenerlo: muy pocas personas desean o buscan hacer daño deliberadamente, pero los grupos humanos por naturaleza tienden a confiar entre ellos, y el rumor busca romper tal confianza. La gente puede tener miedo, puede tener prejuicios, resentimiento, pero NO desea ver perdido el equilibrio del entorno en el que vive.
¿Qué se pone en juego en la batalla contra el rumor? Cualquiera que sea el terreno, hay en juego algún valor o ganancia, pero, ¿cuál sería la ganancia aquí, en caso de haber un vencedor? Detrás del rumor hay una fuente con intereses concretos:

  • Crear desprestigio para ganarlo él o ella
  • Crear discordia (divide y reinarás)
  • Potenciar el recelo ante «las falsas creencias y presuposiciones»
  • Alimentar el resentimiento para reforzar los ánimos de «ir en contra de»

Y lo triste de estos intereses, es que muchas veces por querer ganar rápido, a corto plazo, los efectos a medio y a largo plazo pueden ser nefastos. Y sé que muchos lectores lo saben. El precio de una victoria fugaz induce a un costo social y dramático. Debemos advertir sobre el rumor en los contextos personales, profesionales, laborales, políticos: las consecuencias pueden ser incontrolables. Tras la ilusión de una ganancia a costa del rumor, viene una enorme pérdida de desgaste emocional y de la convivencia: se pierde la confianza, se pierde el equilibrio.
¿Cuál es la naturaleza del rumor?
Comprender el rumor es revelador para darnos cuenta de la dimensión del fenómeno: nos muestra claramente con qué tipo de adversario estamos tratando, y así, sabremos qué soluciones emplear para afrontarlo. El punto aquí es que las dificultades surgen por la incapacidad de saber qué es y qué no es un rumor.
Para ejemplificar los rasgos del rumor, quiero hacer referencia a los aportes de María Elena Mazo Salmerón, investigadora en la Revista de Comunicación de la SEECI en España y autora del artículo Variables psicológicas que impulsan la difusión del rumor (que además les recomiendo ampliamente), su tesis doctoral El rumor y su influencia en la cultura de las organizaciones (de la cual extraigo respetuosamente lo que viene a continuación en cuanto a las características del rumor, el lector puede remitirse al documento original para ampliar la información) y a Carrera Villar, otro académico de la Universidad Complutense de Madrid, del departamento de Ciencias de la Comunicación, quien también ha escrito ampliamente sobre este tema; que me parecen fundamentales para dejar claro este punto:
¿Cuáles son los rasgos del rumor?

  • Absurdo: no responde a ninguna lógica. Se sostiene por el miedo, la irracionalidad, los prejuicios, la carencia de inteligencia emocional.
  • Irracional: juega sobre un prejuicio, imposible de razonar, la premisa de la que parte es falsa desde el principio. Adquiere la forma de sentencia.
  • Caótico: divide a la comunidad, siempre la duda sin ninguna base objetiva.
  • Confuso: alimenta el caos. Cuando alguien intenta discernir, se impone la frase que domina «hay tantas cosas raras que uno ya no sabe qué pensar».
  • Intencionado: algunos actores sacan provecho de la situación, otros simplemente hacen que ruede la cadena de manera pasiva.
  • Una estrategia de guerra: una manera de alinear las tropas y confundir al enemigo. Mantiene a la tropa informada de lo estrictamente necesario, mientras busca despistar al verdadero enemigo. Este punto me parece bastante perverso.
  • No tiene rostro: la gran fuerza del rumor reside en su clandestinidad. objetivamente no sabemos la fuente emisora. Nadie se hace cargo y goza de total impunidad.
  • De propagación vírica (o «viral» como tanto les gusta a algunos llamarlo hoy día): el sistema de propagación hace que se extienda con rapidez y a su vez su receptor se convierte en un nuevo emisor. El rumor busca dañar sistemas y continuar su propagación.
  • No respeta reglas: se mueve oculto. No respeta las reglas abiertas del debate racional, sino que juzga y ejecuta. La convivencia ciudadana está basada en reglas sociales de interacción y de respeto a los derechos de cada persona, sin lo cual se rompe el equilibrio.

Y ahora, qué hacemos con toda esta información. ¿Qué reflejan los rumores? Reflejan desinformación, controversia al no contrastar las fuentes, desorientación y, de manera más importante, una crisis: existe escasa o nula información. A partir de datos distorsionados, centrados en un colectivo o minoría, pera desorientar y confundir al enemigo («táctica de desviación», bastante dañina por cierto). El rumor responde a una proyección de nuestras inseguridades, miedos y creencias irracionales, proviene de la negación, de la imposibilidad de ser feliz, amoroso, tranquilo, solidario, honesto, descargando entonces esta amargura en los demás, «soy víctima de un mundo hostil, por lo tanto los demás deben serlo también». Así, la proyección acaba con la responsabilidad, lo que logra que se le atribuyan incorrectamente a los demás, sentimientos, emociones, impulsos o pensamientos propios que resultan inaceptables: este modo de reacción hace que se justifique lo injustificable.
¿Cómo detener o desactivar el rumor?
Un rumor letal puede provocar los mayores desastres en 24 horas o menos (enfermedades, economía, catástrofes, familia, pareja, trabajo, hasta la muerte). Es por estas razones que es importante saberlo manejar y dominarlo, porque como fenómeno dañino podemos controlarlo adecuadamente y a nuestro favor si lo sabemos hacer.

  • Territorio: evaluar, medir y hacer cálculos de terreno, cantidad de personas, seguidores, detractores, datos, focos de propagación.
  • Naturaleza del rumor: ¿qué malestar genera? ¿cómo es su esencia? Entender su irracionalidad, su absurdo, buscar culpables.
  • ¿Finalidad?: ¿Qué intenciones tiene? ¿por qué se da en este momento?
  • ¿Fuente?: ¿Quién o quiénes están detrás? Generar hipótesis, formas de afrontarlas.
  • ¿En qué fase se encuentra?: ¿Es precisa la información? ¿Es ambigua? ¿Arrastra historias anteriores?
  • Grupos implicados: sectores que avalan y sectores que rechazan el rumor.
  • Actuaciones: plan de acción, ¿se comporta como oportunidad? ¿se puede crear un contra rumor? ¿quién dirige las acciones?
  • ¿Se modifica la recepción?: constatar si se modifica la percepción por poco que sea.

Otro recurso bastante efectivo y más sencillo, es una cacería sistemática a la ambigüedad del rumor, utilizando una indagación activa o criba socrática: ¿quién se lo dijo? ¿lo ha visto, escuchado, leído usted?, la persona que se lo dijo, ¿tiene pruebas de ello?
Estamos acostumbrados a pensar que es el mundo exterior el que condiciona nuestra manera de percibirlo, pero es todo lo contrario: los hechos son neutros, somos nosotros los que les damos la carga emocional que queremos (o necesitamos) darle. Estamos contaminados de visiones enfermas del mundo. Lo que nos ocurre no es tan importante como la manera en que reaccionamos frente a ello y cómo lo vivimos. El rumor pierde validez si se la quitamos. Es más inteligente utilizar el rumor con fines positivos, imagínense hacer virales las buenas noticias y los logros de todos nosotros.

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